Tengo la manía de convertir cualquier precio a su equivalente en un número de copas de cerveza, es decir, tengo mi propio criterio usando el precio de una copa de cerveza como base. Por ejemplo, cuando encuentro algo que me interesa, tengo que considerar si merece la pena comprarlo o no. Es que soy ahorradora y, como de costumbre, tengo que hacer lo posible para disfrutar comiendo fuera de casa, porque no me gusta cocinar.
Cuando siento que me merece la pena comprarlo, tras compararlo con el número de copas de cerveza al que tengo que renunciar a beber, realizo la compra. Sin embargo, si tras la comparación pienso que es mejor beber cerveza con el mismo dinero que comprar tal cosa, no quiero quedarme sin mi amor, guardo el importe en una hucha y lo reservo para darme un homenaje. Sí, pienso que es mejor gastármelo en cervezas. No sirve para nada renunciar a beber la cerveza que equivale a una compra prescindible o innecesaria. En realidad, soy muy indecisa porque al principio no sé si comprar o no, pero mi amor por la cerveza me salva de estas circunstancias. ¿No os parece que ella es muy afable conmigo?
La cerveza es sinceramente tan acogedora que aunque sea domingo, como hoy, y no pueda compartirlo con nadie, no me siento sóla porque ella me acompaña. Por supuesto que cuando no puedo disimular mi alegría, también me acompaña para que se alegre conmigo. Sí, ella está conmigo siempre que la necesito. Normalmente, la cerveza me ayuda emocionalmente, cuando estoy llena de alegría, me siento más alegre, por otro lado, cuando me pongo triste, menos triste me siento. Pero nosotras mantenemos una agradable y sincera amistad desde hace mucho tiempo, así que ahora somos uña y carne, tan íntimas que incluso ya forma parte importante de mí y de mi michelín. Fuertes lazos de amistad nos unen a nosotras dos. Y lo seguirá haciendo para siempre.

No hay comentarios:
Publicar un comentario