sábado, 13 de febrero de 2010

Bufé libre

No he comido fuera de casa durante un montón de días. Hoy, por fin, no he almorzado en casa. ¡Qué formidable! Desde luego que no hay otra cosa que sea tan fantástica para una chica a la que no le gusta cocinar y le gusta comer. El establecimiento al que hoy he ido era un restaurante chino que tenía el estilo de bufé libre, entonces puedo comer cuanto quiera, lo que quiera y como quiera. Yo no soy tacaña, pero siempre que voy a un comedor de este tipo, me siento obligada a comer más cantidad, hasta sobrepasar mi límite. Parece que tengo tendencia a comer con los ojos. Ya soy bastante adulta para ser glotona, así que me gustaría ser más elegante cuando disfruto la comida. Tengo que reflexionar sobre este asunto.

Cuando todavía era más joven, aunque todavía soy suficientemente joven, iba frecuentemente al bufé de pasteles. Hay muchos bufés de pasteles en Japón. Preparan varios tipos de pasteles, desde la tarta o el flan, hasta el chocolate o la copa de helado, nos ofrecen cualquier variedad de pasteles. Como no hay limitación de tiempo, podemos comer como queramos. Cuando voy a este tipo de bufé, sin duda, es mejor ir con amigas, no con amigos. Es evidente que a las chicas les gustan los dulces mucho más que a los chicos en cualquier lugar y en cualquier época del año, aunque sí hay una única excepción, me sorprendió muchísimo que a los españoles les encanten los dulces tanto como a las chicas. Ellos le ganan muy fácilmente a los dulces contra los que yo siempre pierdo.

Volviendo al tema, yo siempre iba con chicas al bufé de pasteles. Un día fui al bufé con mi amiga de la universidad. En esa época, estuvimos juntas con frecuencia, no sólo dentro de la universidad sino también fuera. Éramos amigas y también rivales, pero positivamente. Creo que es muy bueno que estudiáramos juntas animándonos la una a la otra. Pero ese día en el bufé luchamos una batalla innecesaria. Estuvimos comiendo tartas y contando el número que nos comíamos cada una de nosotras. Fue un rato apacible hasta que llegamos al decimoquinto pastel, cuando ya llegamos al límite de nuestro estómago.

Entonces, encedimos nuestra rivalidad. Las dos pensábamos lo mismo a la vez: "No puedo perder. Tengo que ganar". El sentido de "ganar" era comer más que la otra. Fui al escaparate donde había tartas, "voy a comer otra", le dije. Ella no podía permitir que yo le ganara, se acercó también a la vitrina. Ella dijo, "voy a comer dos más". ¡Ohhhhhhhh! Vencería sin falta. Fui otra vez para coger dos más, el total ya iba por dieciocho porciones de tarta a mi favor. Ella no me dejaba ganar, también cogió dos más. ¡Cáscaras! Entonces yo comí otras dos mas. Y seguimos comiendo hasta la que hacía la número veintidós. El enfrentamiento quedó empatado. Hubiera sido muy peligroso si hubiéramos seguido más allá, hasta que una de las dos ganara, porque a nosotras dos nos estremecía el exceso de dulces. La rivalidad entre mujeres, a veces, podría llegar hasta arriesgar nuestra propia vida.

Hace mucho tiempo que no voy al bufé de pasteles. Ya no me apetece tanto como antes. Más bien, me apetecería más ir a un bar japonés donde nos ofrecen cervezas hasta hartarnos por una módica tarifa fija, tengo confianza en mí misma y sé que no perderé contra nadie.




La cena de hoy 13 de febrero de 2010:
Sopa de verdura con tomate, apio, repollo, cebolla, pimiento y zanahoria.
Elaborado entre fogones por Macarena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario