viernes, 12 de febrero de 2010

Estoy derrotada

A mí no me gusta cocinar, pero me gusta mucho comer. Además, afortunadamente, puedo comer de todo. Puedo comer cualquier alimento a mi gusto. Aunque me ofrezcan una comida que nunca haya probado, la pruebo con ganas. A veces me ofrecen una comida que no tiene buen aspecto para mí, pero no me da miedo, ni la rechazo. Siempre la pruebo. Es que no puedo saber nada sin probarla yo misma, quizás no me guste, quizás me encante. No puedo conocer su sabor sin probarla en mi boca.

Como soy así, me extraña la persona que tiene muy limitados sus gustos sobre la comida. Por ejemplo, si estoy en una ocasión en la que como con otras personas y si alguien dice, "eso no me gusta, no lo como", sus palabras me hacen pensar que es mejor no coincidir en la mesa. Como yo amo la comida, me siento como si me hablaran mal de alguien que aprecio. Eso es sólo por mi prejuicio, pero no puedo aceptar que una persona sea conservadora para la comida. Por ejemplo, me entristece la gente que tiene prejuicios sobre la comida, que la desprecie a pesar de que no la haya probado nunca y, sólo por rumor, decida que esa comida no esté buena y no la coma por simple obstinación.

Especialmente, hay mucha gente que tiene sus prejuicios sobre la comida típica japonesa, creo que demasiada gente recuerda el SUSHI y el SASHIMI, o sea, la comida que utiliza el pescado crudo. Como aquí en España no hay costumbre de comer el pescado crudo, parece que hay mucha gente que nos considera como extraterrestres. Me desilusiono al ver sus caras de desprecio y me molesta. ¿Qué pueden saber de algo sin probar nada? Normalmente este tipo de gente demuestra este rechazo a causa de la opinión de otros, no por su experiencia. La gente conservadora pierde muchas oportunidades de hacer nuevos descubrimientos para enriquecer su mundo culinario. ¡Qué pobrecita!

Entonces yo misma no quiero ser conservadora sobre cualquier cosa, sobre todo con la comida. Sólo hay una comida que me convierte en conservadora. La he probado varias veces para saber qué sabor tiene, pero en todas las ocasiones el sabor me dejaba fuera de juego, casi me hacía desmayar. Estoy muy orgullosa de que pueda tomar cualquier comida, pero ese sabor no me deja comer. ¡Qué rabia! ¡Perder ante un caso así! ¡Qué vergüenza! Ya me ha derrotado varias veces, ahora soy muy, muy conservadora para ese sabor. Antes de probar, ya decido que no quiero intentarlo más. Ese odioso adversario está formado por los dulces españoles. Los he probado, pero aunque los acompañara con mucho café cargado super fuerte, no consigo comerlos. Son increíblemente dulces, me producen la sensación de estar comiendo un terrón de azúcar. Además, después de comerlos, me dejan sin comer hasta la cena del día siguiente porque siento lleno y pesado mi estomago. Son un enemigo temible. Así que no me gusta perder contra cualquier cosa, pero tengo que reconocer mi derrota ante este sabor. Siento mucha pena, pero no puedo soportar un sabor tan dulce.


El almuerzo de hoy 12 de febrero de 2010:
Arroz en blanco con fabada precocinada de lata.
Ensaladilla de macarrones con judías verdes, zanahoria, jamón cocido de pavo y huevos duros.
Kiwi al natural.
Elaborado entre fogones por Macarena.

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