viernes, 30 de abril de 2010

Soy una observadora

Desde que encontré a un señor que acababa de viajar por Japón, presto mucha atención a si hay alguien que aspire entrecortadamente por la nariz en España, a excepción de los japoneses, claro.

Para mí, era algo normal aspirar entrecortadamente por la nariz, siempre que se haga sólo un poco, así que no me daba asco, probablemente, no me llamara la atención para nada.

Sin embargo, una vez que prestaba atención a los demás, comprobé que no encontraba gente que aspirara por la nariz. ¿¿¿Entonces, era algo común sólo en Japón???

Ahora compadezco mucho a ese señor que viajó por Japón justo cuando era la estación de la alergia. Es decir, sea donde fuera, vería a los japoneses llevar puesta una mascarilla, y también les habría oído aspirar por la nariz andando por la calle, o bien, haciendo la compra. Él había viajado en una estación que está llena de gente alérgica yendo de un sitio para otro. Supongo que para él, Japón se habría mostrado como un país extraño con unas costumbres bien chocantes. Oh, lo siento mucho.

En España, parece que desde ahora empezará la época alérgica en su fase de mayor actividad. Aunque, en mi caso, ya se ha terminado mi alergia. Este año, debido a la gran cantidad de lluvia que ha caído, sufrí mi alergia durante muy poco tiempo y me resultó bastante ligera. Menos mal que fue más llevadera que otras veces.

Bueno, así que desde ahora, quizás haya muchas ocasiones en las que pueda observar si la gente aspira por la nariz o no. Me picaba mucho la curiosidad. Y hoy, en seguida, he visto a una persona que ha aspirado por la nariz como hacen por costumbre los japoneses.

Él estaba en una sala donde había menos de diez personas, incluso contando conmigo. La situación era muy silenciosa. Al principio, he escuchado que él ha aspirado una vez por la nariz. Me he emocionado porque, por fin, he encontrado a alguien que ha aspirado por la nariz sin ser de Japón.

En realidad, él es neozelandés. He seguido observándolo. Otra vez, he escuchado el mismo ruido de nariz que al principio. Me he emocionado, porque ya no era casual. He seguido prestándole atención y, por tercera vez, lo he escuchado de nuevo. Él ha aspirado por la nariz un total de tres veces.

Me he convencido de que, seguramente, los neozelandeses deben aspirar por la nariz y que no les parecerá de mal gusto. Bueno, esa es mi arbitraria opinión. Es que yo sólo conozco a un neozelandés. Pero estaba contenta, porque, por lo menos, había un extranjero que ha aspirado por la nariz. Él no ha aspirado una cuarta vez, se ha sonado la mucosidad en un pañuelo. Desde mi punto de vista, él se suena una vez cada cuatro veces que se desliza el líquido por la nariz.

La verdad es que en silencio, es muy llamativo aspirar por la nariz. Nunca me había dado cuenta. Tengo que mantener mi anteción porque seguiré observando a los demás sólo por satisfacer mi curiosidad. No me digáis que es una tontería. Yo creo que eso es algo internacional, voy a hacer una estadística por naciones.

El almuerzo de hoy 30 de abril de 2010:
Pasta espiral con pimiento verde, apio, salchichas, ajo y cebolla.
Ensalada de lechuga, aguacate, pasas, brécol y tomate natural.
Elaborado entre fogones por Macarena.

jueves, 29 de abril de 2010

El trompo

Ya que podemos comer los caracoles, me pregunto que por qué no podríamos disfrutar también de las babosas. Es que me parecen muy parecidos, además, no hay problema de que no pueda comerse la mitad del cuerpo, es que ya desde el principio no tienen el caparazón.

Pero bueno, creo que a nosotros, los humanos, siempre nos gusta algo que tenga caparazón. Es que nosotros los japoneses también disfrutamos de una comida que tiene un caparazón como el de los caracoles y, además, a mí me encanta. Hablo del trompo. ¿Lo conocéis?

Es un tipo de molusco marino que tiene un caparazón muy duro. El tamaño es bastante grande, no tiene nada que ver con los caracoles. En Japón, esa es una de las comidas de calidad superior, es decir, no lo comemos frecuentemente y no es porque no me guste cocinarlos.

Como su estructura es similar a la de los caracoles, es dificil sacar por entero todo el cuerpo sin cortarlo por la mitad como ocurre con los caracoles. Cuando no puedo sacarlo entero, me da mucha, mucha pena. Y se me escapa sin querer un "ay" lastimero.

Además, aunque tiene la misma estructura de los caracoles, su caparazón no es tan blando como el de los caracoles. Es decir, aun en el peor de los casos, no puedo devorar su caparazón. ¡Dios!

La verdad es que el cuerpo es bastante grotesco. No soy capaz de describir su cuerpo visualmente con mis palabras. Pero es bastante grotesco, os lo prometo. Al morderlo puede comprobarse que su textura es muy consistente. El tamaño es bastante grande, así que puedo sentirme satisfecha después de comerlo. Esas son las diferencias básicas que hay entre los caracoles y los trompos.

En el caso del trompo, basta con comerte dos o tres para estar totalmente satisfecha, aunque no esté llena del todo, así que no dejo de beber la cerveza ni conversando con los demás. Más bien, eso pasa cuando comemos el cangrejo, que es cuando nos ocurre lo mismo que en el ambiente de los caracoles, o sea, silencio y concentración. La diferencia es muy divertida.



El almuerzo de hoy 29 de abril de 2010:
Barra de pan.
Pastel de espinacas, setas italianas "porcini" y beicon.
Ensaladilla de patata, zanahoria, atún, pimiento rojo y lechuga con un toque de perejil.
Elaborado entre fogones por Macarena.

miércoles, 28 de abril de 2010

¿Debo devorarlos hasta que consiga mi objetivo?

A mí me gustan mucho los caracoles. El único problema es que todavía busco cómo puedo comerlos de manera distinguida como una dama elegante. A una dama elegante no le sienta bien chuparlos como una aspiradora y con un ruido estruendoso.

He pensado en dos remedios que imagino que serían posibles.

En primer lugar, la técnica devoradora. ¿Qué os parece si, en vez de chuparlos, devoro incluso el caparazón para comer hasta el resto del cuerpo escondido?

Afortunadamente, el caparazón de los caracoles no es algo tan duro como para que parezca imposible devorarlo con mis dientes. Si desarrollo la capacidad de separar el cuerpo y el caparazón masticando en mi boca, sería perfecto.

Es que luego resultaría fácil deshacerse del caparazón, que no se puede comer, con tan sólo lanzarlo desde mi boca al suelo, tal como se hace por la calle con las cáscaras de las pipas de girasol, o en los bares con las colillas y servilletas de papel que se amontonan junto al muro de la barra.

Aunque llevo casi cuatro años viviendo en España y me gustan las pipas de girasol, todavía no he dominado esa admirable técnica que los españoles adquieren perfectamente por imitación de sus mayores y desde una edad tan temprana.

Así que si practicara esa técnica para comer los caracoles, necesitaría mucho más entrenamiento tanto con las pipas como con los caracoles. Claro que sí, pero tampoco lo considero muy elegante.

Si tengo que elegir entre chupar o devorar los caracoles, no sé cuál opción es más elegante, pero creo que ninguna de las dos merece la pena. Así que me gustaría saber vuestra opinión. ¿Qué os parece el siguiente remedio?

En segundo lugar, he pensado en abandonar con resignación el resto del cuerpo que escapa a mi alcance.

Sé que es una verdadera pena. Es que no puedo soportar la idea de renunciar a algo tan delicioso como el último bocado que todavía podría comer. Pero bueno, para ser una dama elegante, debería hacer de vez en cuando estos actos contradictorios a los que nos obliga la elegancia.

De todos modos, me pregunto si una dama elegante comería unos caracoles tan chiquititos de origen. Sí, debe ser que sí. Es que están muy ricos.

Así que quizás debería no comerlos en público, o sea, los comería en la intimidad de casa para que nadie me viera comiéndolos. Bueno, es una idea muy buena. Podría comerlos sin preocuparme y podría disfrutarlos como mejor me pareciera.

Entonces, la conclusión parece evidente, pero atenta contra mis principios fundamentales. ¿¿¿Tengo que cocinar los caracoles en casa??? ¡Es que no me gusta cocinar!



El almuerzo de hoy 28 de abril de 2010:
Aperitivos de queso fresco y tomate natural con un toque de perejil.
Arroz en blanco.
Ensalada de lechuga, pepino y pasas.
Pastel de carne con calabacín, pimiento rojo, ajo y cebolla a la salsa casera de tomate.
Elaborado entre fogones por Macarena.

martes, 27 de abril de 2010

Somos muy sensibles al sonido

Hace poco, encontré a un señor mayor que acababa de volver de un viaje por Japón. Ahora su hija estudia en Japón con una beca. Así que la visitaba con su familia. Como él reconocía que yo era japonesa, empezó a hablarme sobre su experiencia en Japón.

Él me dijo: "Japón es muy diferente de España." Yo estaba totalmente de acuerdo con él. Esa es también mi opinión personal. Él siguió: "Vosotros bebéis la sopa a sorbos ruidosos. Nosotros no lo hacemos así. Eso es un poco..." Yo le precisé: "Tomamos la sopa directamente del cuenco. Es verdad. "

El señor prosiguió: "Y vosotros aspiráis entrecortadamente por la nariz. Eso es..." Yo le aclaré: "Bueno, nosotros tenemos inclinación a rechazar sonarnos abiertamente delante de la gente. Por otro lado, creo que no hay problema en aspirar por la nariz si sólo es un poco."

Aunque, sea como sea, yo soy alérgica, así que en la estación de la primavera, no puedo dejar de sonarme a cada momento y sea donde sea. Y ahora creo que bastantes japoneses piensan que no pasa nada por sonarse la nariz y es mejor que aspirar por la nariz la mucosidad nasal.

Hasta aquí, he llegado a una conclusión. A los españoles les choca que los japoneses tomen la sopa con ruido y aspiren por la nariz con ruido. O sea, el ruido para sorber os da asco. ¿Qué os parece?

Aunque hay diferencias culturales, a nosotros tampoco nos gusta masticar algo ruidosamente. Eso lo consideramos de muy mala educación. Pero, excepcionalmente, tenemos la costumbre de comer los fideos SOBA y beber la sopa de MISO sorbiendo a sorbos sonoros. Y no nos da asco, ni nos parece de maleducados.

Eso es algo que a los japoneses nos parece de lo más normal porque lo venimos haciendo así de toda la vida. No puedo explicar el porqué, pero así es. Y curiosamente, creo que entre los españoles también hay algo que no les da asco, pero que a mí me choca bastante. No sé si es que casualmente siempre me encontraba con tal tipo de gente o si es algo de aceptación general.

Como os conté, me gusta comer los caracoles. Los como cuando voy al bar, es que no quiero cocinarlos porque no me gusta cocinar. Como no los había comido nunca en Japón, no sabía cómo se comían. Así que, como siempre, observaba a los demás. Cuando miraba a los habituales comedores de caracoles siempre veía repetirse la misma escena. Diferentes protagonistas envueltos en la misma situación.

Ellos tenían un caracol en una mano y un mondadientes en la otra. Miraban el caracol fijamente con ojos exaltados por el deseo. Y, de pronto, se escuchaba un sonido estrepitoso, estruendoso, súper soez, muy de mal gusto, vulgar, grosero. Es que lo chupaban hasta que hiciera ruido.

Imagino que la mitad del cuerpo del caracol estaba escondiéndose aferrado en su refugio, mientras que quien se lo quería comer, usaba toda la fuerza de su aspiración para arrancarlo de allí. Ese sonido de chupar me da asco. Suena muy vulgar y me resulta muy ordinario.

No quiero herir vuestra sensibilidad, pero es que tengo que decirlo así. Si esa es la manera oficial para comer los caracoles, tengo que aprenderla. Pero por mucho que lo escuche, no me gusta porque está muy lejos de la elegancia. ¡Qué complicado es comer caracoles! Comprendo perfectamente que quieran comerse todo el cuerpo y a toda costa, es que yo tengo las mismas ganas. Pero por otro lado, rechazo ese procedimiento. Para saborear ese maravilloso alimento, sigo buscando una manera de comerlos más elegante y educada.

Por último, aquel señor acabó concluyendo con esta frase: "España es el mejor sitio del mundo, la vida es muy tranquila y muy alegre. " Esa fue su conclusión después del viaje de una semana por Japón. Me alegro de que mi país haya contribuido a que ese señor reconozca el encanto de su propio país una vez más.


El almuerzo de hoy 27 de abril de 2010:
Arroz en blanco.
Verduras salteadas con zanahoria, cebolla, repollo, pimiento verde y carne picada de ternera.
Ensaladilla de nabo, atún y tomate con un toque de bonito seco.
Elaborado entre fogones por Macarena.

lunes, 26 de abril de 2010

Mucho ruido y pocas nueces

Como ayer os conté, los caracoles me gustan tanto que incluso apuro el caldo a pequeños sorbos. Sin embargo, comerlos me resulta incómodo y me molesta mucho. Es más, me enfada y me irrita.

En primer lugar, parece que ellos no quieren que yo me los coma. Es que por mucho que me esfuerce por liberar sus cuerpos del interior de su prisión, rechazan mi ayuda cuando trato de rescatarlos con un fino mondadientes. Como me rechazan, desgraciadamente, sus cuerpos se cortan por el medio. ¿Por qué me rechazarán tan obstinadamente? Seguro que es más cómodo refugiarse en mi estómago.

En segundo lugar, tardo mucho tiempo en comerme una tapa de caracoles. Si no me rechazaran tan tercamente, tardaría menos tiempo en acabarme el plato. Aunque no me gusta gastar mucho tiempo en cocinar, tampoco me gusta tardar mucho tiempo en acabar mi plato. Pero, claro, todavía necesito dedicar más tiempo para dominar este manjar, creo que necesito más entrenamiento.

En tercer lugar, aunque me cuesta mucho trabajo y me ocupa mucho tiempo poder comerlos, es muy penoso que no me quede satisfecha, es decir, no me siento llena cuando acabo un plato entero de caracoles. Me siento muy triste porque ese es el premio a tantos afanes. ¡Por favor!

En cuarto lugar, me convierte en una persona muy silenciosa, mucho más que de costumbre. Mientras estoy luchando contra los caracoles les dedico toda mi atención y concentración. Lo que yo quiero decir es que, aunque vaya al bar con alguien, no podemos entablar una conversación entre nosotros porque sólo me aplico en mi trabajo, sin decir nada y sin pestañear. Y es que incluso me olvido hasta de beber la cerveza. Y eso es lo que más me irrita. ¡Recórcholis!

Hasta aquí, hay muchos inconvenientes. ¿No os parece? Sin embargo, me los como sin escarmentar. No puedo dejar de comerlos. Es que me gustan un rato largo. Así que cada vez que los como, experimento un sufrimiento por la incomodidad de comerlos junto con un gran placer por saborearlos. ¡Qué contradicción! Al final, mucho ruido y pocas nueces.


El almuerzo de hoy 26 de abril de 2010:
Arroz en blanco con UMEBOSHI.
Un plato de magro adobado a la plancha, huevo frito y patatas fritas.
Ensalada de lechuga, zanahoria, pasas y brécol con aceite de oliva, vinagre balsámico y sal marina.
Elaborado entre fogones por Macarena.

domingo, 25 de abril de 2010

La comida que tiene sentido en su estación

Presumo de poder comer toda la comida, o sea, que no hay ninguna comida que no me guste. Bueno, hay algo que no se me da bien, por ejemplo, los pasteles españoles o la leche. Así que me gustaría superar estas debilidades.

Pero bueno, hoy os hablo sobre los caracoles porque ahora es la temporada aquí en España. La verdad es que a mí me gustan mucho los caracoles, por supuesto que para comerlos. Los caracoles no me interesan tanto para verlos, observarlos, o para tenerlos como animales domésticos, aunque parece que hay quien los prefiere para esto último.

Por supuesto que el primer encuentro con ellos fue en España. Fui a un bar después de la clase de flamenco, claro, para tomar una cerveza bien fría. Una cerveza después de bailar flamenco sienta fantásticamente bien, ya verás, te aconsejo que lo pruebes.

Había dos señores de pie junto a la barra. Cuando me asomé, vi que ellos estaban comiendo los caracoles que yo no había comido nunca. Como soy muy abierta para la comida, tenía ganas de probarlos. Todos los españoles a los que pregunté si una tapa estaba buena me contestaban lo mismo, sin excepción, sobre cualquier comida: "Sí, sí, está buenísimo".

Así que no sé si es o no fiable la respuesta de los españoles. Esa vez también les pregunté: "'¿Están buenos?" La respuesta fue que sí, claro. Es que normalmente la gente está comiendo algo que le gusta y piensa que está bueno. Después de pensarlo detenidamente, mi pregunta me resulta una tontería.

Entonces, ellos me ofrecieron sus caracoles para que yo los probara. Me comí dos chicos. En aquella ocasión no me pareció ni bueno, ni malo, no estaba mal y podía comerlos, pero no estaba clara, aún no lo tenía claro.

Ahora sé que es difícil disfrutar con sólo probar dos caracoles chicos. Tenía que comer más cantidad para comprobar si saben bien o no. Me dí cuenta cuando fui a un bar para pedir una tapa de caracoles. Entonces les cogí el gusto.

No sé cuántos caracoles son para una persona, pero normalmente me sirven un montículo de caracoles equivalente a lo que cabe en una taza grande. Cuanto más los como, más sabrosos me saben. Yo siempre los apuro del todo, incluso el caldo especiado.

Ahora, gracias al desarrollo de la teconología, podemos disfrutar de cualquier comida, aunque no sea su estación. Pero parece que no ocurre lo mismo con los caracoles.

Cuando estamos en la época de los caracoles, veo a los vendedores de caracoles por la calle, también veo letreros donde se dice que hay caracoles en los bares. Eso me gusta porque tengo un sentido de la estación, o sea, puedo disfrutar el cambio de la estación y me puedo dar cuenta de que el verano ya está acercándose.

Como no me gusta cocinar, no he cocinado los caracoles en mi cocina, en su lugar, los disfruto en un bar con una cerveza bien fría. Pero tengo algunas objeciones sobre los caracoles. Mañana os seguiré contando.



El almuerzo de hoy 25 de abril de 2010.
Ración de chocos fritos con jugo de limón.
Tapa de los primeros caracoles de 2010.
Rebanadas de pan, picos y regañás pequeñas.
Una cerveza cruzcampo bien fresquita.
La última foto es lo que queda de los caracoles.
Disfrutado por Macarena.

sábado, 24 de abril de 2010

Vicisitudes de hoy

Hoy he escuchado una radio en la que estaba hablando un japonés que lleva treinta años viviendo en España. Desde mi apreciación personal, su español tenía fluidez, parecía muy natural y no ha titubeado en ningún momento. Él tiene todo lo que yo no tengo en el uso del español. Yo aspiro a hablar así en mucho menos tiempo, treinta años es toda una vida.

Ese japonés me ha animado mucho. Aunque ahora de vez en cuando sufra algún bache por no mejorar mi español oral, ojalá quizás pueda dominarlo como él, por lo menos, después de treinta años. Por un momento, me transporté al futuro de forma vertigiosa pensando en mi edad después de treinta años, sin embargo, me he decidido a seguir aprendiendo español sin abandonar mi esfuerzo.

Pero esa ha sido una alegría fugaz. Había un español que también escuchaba la radio pública y dijo que su español no estaba bien porque no conjugaba correctamente los verbos y le faltaba mucho gramaticalmente. ¡¡¡Pero, pero, por Dios!!! No daba crédito a mis oídos. Era muy fácil caerme en un profundo abismo.

En primer lugar, no me he dado cuenta para nada de los errores que cometió el japonés al hablar español. Para mí, todo lo que decía me parecía perfecto. Sin embargo, parece que todavía no soy capaz de distinguir el español correcto del incorrecto. Eso significa que mi español todavía tiene un nivel bajito... Aún no puedo identificar los errores que escucho cuando hablan los demás.

En segundo lugar, cuando pienso que treinta años no son suficientes para dominar un idioma, siento cómo se encoge mi corazón por una abrumadora realidad que pesa lo suyo. ¿Algún día hablaré un español perfecto?

¿Qué más falta? ¿Qué más necesito? ¡¡¡Cielos!!! Ahora se apodera de mí un pánico súper gigantón. Ahora me preocupa que antes de dominar el español, incluso llegue un día en que me haya convertido en una chica a la que le guste cocinar.


El desayuno de hoy 24 de abril de 2010:
Bizcocho casero con almendras, albaricoques, pasas, frutos secos y nata montada.
Una taza de capuchino.
Elaborado en el horno nuevo por Macarena.

viernes, 23 de abril de 2010

¿Cómo puedo lavarme?

Yo soy de un país que tiene la sana costumbre de bañarse todos los días. Aunque no me gusta cocinar, me gusta mucho bañarme. Me relaja mucho, hace funcionar bien mi metabolismo, me hace sudar mucho y como resultado consigue quitarme el cansancio. Además, una cerveza bien fría después de bañarse sabe fantásticamente bien, buenísima. Ya llevo casi cuatro años sin disfrutar de esta costumbre japonesa tan relajante.

Aunque me gusta bañarme, no me baño nunca en España. Sin embargo, no lo echo de menos. Por supuesto que de vez en cuando tengo la tentación de bañarme, pero no lo extraño tanto como extraño la comida japonesa que no puedo comer aquí. Así que siguiendo las costumbres de aquí, sólo me ducho.

En mi casa, tengo una ducha que funciona con una bombona de gas. Eso es muy problemático como antes os expliqué. Pero mi ducha tiene una manguera, así que puedo mover la ducha hacia donde quiera y como quiera, en cualquier postura y en cualquier ángulo. Es versátil. Lo que yo quiero decir es que, a veces, he visto que hay hoteles españoles que instalan una ducha fija, es decir, el cabezal de ducha se fija a la pared o al techo. ¿Hay alguien a quien le guste algo así?

Como tradicionalmente en Japón no existe la costumbre de ducharse estando de pie, no es normal ese tipo de ducha. Aunque sí las hay en la picina para echarnos agua antes y después de nadar. Pero para ducharnos, normalmente tenemos una ducha movible. Como estoy acostumbrada a usar una ducha movible, cuando encuentro una ducha fija, mi cabeza está repleta de dudas sobre la manera de lavarse.

Lo más difícil es cuando me lavo los pies. Hay mucha distancia entre mis pies y la ducha. Así que siempre siento que no puedo lavarme bien. Me siento llena de jabón. No son sólo mis pies, sino que también en muchas partes de mi cuerpo parece que queda jabón sin quitar por culpa de esa ducha inmóvil. ¿Cómo se lavará otra gente? ¿Es que los españoles pueden ducharse haciendo el pino?

El gimnasio donde voy tiene duchas fijas. Además, esa ducha está sujeta al techo. Cuando me ducho, tengo que moverme mucho para quitarme el jabón y para tener la sensación de estar limpia. No puedo echarme la cantidad de agua caliente que necesito donde quiero. Así que siento que malgasto el agua. Pero bueno, veo frecuentemente ese modelo de ducha en las películas occidentales, así que creo que los occidentales tienen alguna manera especial para lavarse perfectamente con una ducha fija.

Hoy en el gimnasio, alguien estaba duchándose en la ducha de al lado. Y he hecho un esfuerzo desesperado para refrenar el impulso de asomarme por encima de la pared y atisbar.


El almuerzo de hoy 23 de abril de 2010:
Ensalada de lechuga romana, zanahoria, pasas, tomate y alcachofas.
Embutidos variados de morcilla, chorizo picante, longaniza y chorizo criollo.
Arroz en blanco.
Salteado entre fogones por Macarena.

jueves, 22 de abril de 2010

Todavía soy súper japonesa

Ayer os hablé sobre las cosas que me hacen sentir que me voy españolizando. Pero a la vez tengo la sensación de que todavía sigo siendo una mujer súper japonesa.

En primer lugar, me siento así cuando cocino. Para mí los palillos son imprescindibles a la hora de cocinar. Sin embargo, aquí en España, originalmente, no tienen por costumbre usar los palillos cuando comen ni cuando cocinan. Así que creo que no hay ningún problema en cocinar sin palillos. Sin embargo, incluso a mí, que no me gusta cocinar, me resulta difícil imaginarme cocinando sin usar los palillos.

Los palillos son imprescindibles para mí cuando cocino, incluso más que cuando como. Los utilizo para mezclar, coger, sujetar, poner, sacar, enrollar, etc. Son omnipotentes. Así que me interesa mucho saber cuáles son los utensilios alternativos para los españoles. Es admirable cocinar sin palillos. Los españoles deben ser muy hábiles para especializarse tanto.

En segundo lugar, todavía no puedo acostumbrarme a que todo esté tan oscuro a las seis y siete de la mañana. En Japón, sobre todo en verano, el sol sale antes de las cinco de la mañana y aunque estemos en invierno, ya está bastante claro a las siete de la mañana. Pero aquí, aunque estemos en verano, nunca hay sol a las cinco de la mañana. No se me da bien madrugar, pero no me sienta bien lo oscuridad cuando me levanto. Quiero ver el sol por la mañana desde bien temprano.

Ahora estamos en el horario de verano, así que hay sol hasta muy tarde. Dejando a un lado el ahorro de energía, me gusta que todo esté oscuro, por lo menos, después de las ocho. Para mí, eso es muy natural y así no me vuelvo loca.

Bueno, gracias al horario de verano, puedo disfrutar de mi cerveza hasta muy tarde con el sol en la terraza. Hace poco me dí cuenta y pensé que qué bien. Pero, ahora me he dado cuenta de que yo puedo disfrutar de mi cerveza bien fría ya sea en la terraza o en mi habitación, aunque haya sol o esté todo a oscuras, es decir, que no me importa nada la hora, ni el sitio para disfrutar de mi cerveza.

¿Qué quiero decir? Bueno, lo que quiero decir es que cuando pienso que echo de menos el sol a las cinco de la mañana y me molesta el sol a las nueve de la noche, siento que todavía soy súper japonesa.


El almuerzo de hoy 22 de abril de 2010:
Aperitivos de tomate y espárragos con pimienta negra, sal, ajo, perejil y aceite de oliva.
Filete de pollo en salsa de limón con pasta espiral, patata y zanahoria.
Arroz en blanco.
Elaborado entre fogones por Macarena.

miércoles, 21 de abril de 2010

Me voy españolizando

Como ya llevo casi cuatro años viviendo en España, a veces, siento que me voy españolizando. Hoy os voy a comentar dos indicios de mi españolización.

Hace poco, vi a una amiga japonesa. Quedé con ella después de un año sin verla. Generalmente, cuando veo a alguien aquí en España, le saludo a la manera española, es decir, con dos besos en las mejillas.

Les doy el mismo tratamiento tanto a los españoles como a los de otras nacionalidades, a todos excepto a los japoneses. Cuando me veo con japoneses, nos saludamos a nuestra manera, o sea, bajamos la cabeza para saludar como gesto de respeto. Nunca entramos en contacto con el cuerpo del otro salvo cuando nos damos la mano el uno al otro.

Sin embargo, cuando la vi esta vez, me dí cuenta de que yo no bajé la cabeza como hubiera sido lo natural. Aunque tampoco le dí los dos besos, me parece que ya he perdido la costumbre del saludo japonés. Esa es una de las razones por las que siento que me voy españolizando.

Otra cosa es que no puedo planear el futuro de antemano. Cuando vivía en Japón, la agenda era una cosa imprescindible en mi vida cotidiana. Además, cuando se acercaba la fecha de renovar mi agenda para el año que viene, el corazón me palpitaba de pura emoción.

Siempre tardaba muchas horas en las que estaba dudando qué elegir. Aunque no me gusta tardar mucho tiempo en cocinar, de vez en cuando, recorría muchas tiendas hasta que encontraba una agenda que me satisficiera. Sin embargo, lo que me sorprendió en España es que hay muy poca variedad de modelos de agendas. Eso me desilusionó mucho.

Pero bueno, lo que no se vende, no lo puedo conseguir. Así que ahora utilizo una agenda pequeña y muy simple que nunca elegiría si viviera en Japón. Sin embargo, el resultado es suficiente, o sea, de antemano no hay muchas cosas que tenga que apuntar en mi agenda.

Aquí en España, muchas cosas sobre el futuro son ambiguas desde mi punto de vista. Si pregunto algo de antemano, la mayoría me contestará: "No lo sé todavía". Al principio, eso me molestaba mucho y fue una de las causas por las que me irritaba muchísimo.

Probablemente, cada día me vaya españolizando un poco más. Lo sorprendente es que ahora, aunque no me contesten con algo concreto, no me molesta ni me enfado, más bien, pienso: "Como me imaginaba. Perdona por preguntarte tal cosa.".

No es sólo por eso. Ahora incluso, yo misma no puedo planear algo futuro a largo plazo, aunque sea a un mes vista. ¡Por Dios! Hace poco mi prima me dijo que quería visitar España en junio y me preguntó si yo podía acompañarle para hacer turismo.

El pensamiento de mi prima es que será dentro de sólo dos meses, pero para mí, todavía quedan dos meses más, así que no tengo ni idea de si tendré tiempo o no en junio. ¡Es que aún estamos en abril!

Yo no era así en Japón. Me gustaba mucho llenar mi agenda, aunque fuera con planes a muy largo plazo. Pero mira, ahora soy así. Aunque se trate de un plan para la semana que viene, no estoy segura. Esa es la otra razón por la que siento que me voy españolizando.


El almuerzo de hoy 21 de abril de 2010:
Pasta de nidos a la salsa de nata con seta porcini, pimiento verde, ajo y cebolla.
Ensalada de lechuga, tomate y pepino con carne de cerdo a la plancha con jengibre y salsa de soja.
Elaborado entre fogones por Macarena.

martes, 20 de abril de 2010

El patriotismo

Yo no soy hincha de ningún deporte en particular. Por ejemplo, cuando vivía en Japón, me gustaba el béisbol, pero no era tan entusiasta como los demás. Y tampoco me interesaba la liga japonesa de fútbol.

Sin embargo, animo a los representantes japoneses seleccionados para los juegos olímpicos y, por ejemplo, también animo al equipo japonés de la copa mundial de fútbol. Es decir, no soy tan aficionada a los deportes, pero como soy japonesa, cuando hay algún campeonato internacional, quiero animar a los japoneses y al equipo japonés que compita. Naturalmente, me alegro de que los japoneses ganen y lamento que los japoneses pierdan. Eso será por patriotismo, yo creo.

Cae por su propio peso que no hay ningún problema en animar a un equipo de otro país, pero lo curioso es que la mayoría de la gente anima al equipo de su país, sobre todo, en la copa mundial de fútbol y en los juegos olímpicos. Aunque vivo fuera de mi país, evidentemente, animo al equipo de Japón.

El tenis es el único deporte que yo puedo jugar y disfrutar, encima me gusta. Pero ahora en Japón no hay tenistas buenos, no puedo animarme. Sin embargo, en España, hay muchos jugadores españoles que destacan en deportes de gran popularidad. Por ejemplo, el fútbol, el baloncesto, la fórmula uno, la moto GP, el ciclismo y por supuesto que el tenis del que soy aficionada. No necesito animar a los españoles aunque viva en España. Pero es algo muy natural que anime a los jugadores españoles y al equipo español. No puedo explicarme el porqué, pero es la verdad.

Hay muchas cosas que me molestan y me enfadan por la diferencia entre las costumbres y tradiciones de las culturas de España y Japón. Aunque llevo casi cuatro años viviendo aquí, todavía me enfado frecuentemente. Me resulta extraño que tenga la tentación de animar a los jugadores españoles en los deportes. Aunque también me complace mucho. Ahora tengo preferencia por los dos países. Aunque un país pierda, me queda otro país. Eso es muy ventajoso. ¿No lo creéis así?

Hace dos años animé mucho al equipo de la selección española de fútbol en la competición de la UEFA. Disfruté de lo lindo. El año pasado también animé mucho al equipo de la selección española de tenis durante la Copa Davis. Me emocionó mucho. Sobre todo, me gusta el jugador de tenis Rafa Nadal, así que anteayer también me alegré mucho cuando en Mónaco, por sexta vez consecutiva, se proclamó campeón del Masters de Montecarlo.

Desgraciadamente, ahora no hay tan buenos jugadores de tenis en Japón. En ese punto, he sacado beneficios considerables por vivir en España. Y aunque no me gusta cocinar, gracias a que España tiene muchos jugadores buenos me he convertido en una admiradora de los deportes. He aumentado mi gozo de la vida. ¡Gracias España! Espero con muchas ganas la próxima copa mundial de fútbol y la Copa Davis de tenis de este año.




El almuerzo de hoy 20 de abril de 2010:
Salmorejo.
Curry a la japonesa con arroz en blanco.
Pastel de crepé con nata, kiwis y fresas para el postre.
Elaborado entre fogones por Macarena.

lunes, 19 de abril de 2010

No me digas: "¿Qué pasa?"

Lo que frecuentamente me suelen preguntar es que cómo se dice "hola" en japonés. Y siempre me pasa lo mismo, no sé qué contestar. Según el diccionario o el libro de texto, los japoneses usan "¡Yaa!" entre algunas otras fórmulas familiares. Pero creo que no hay una equivalente exacta para hacer la traducción literal del "hola" español al idioma japonés. Nosotros no tenemos un saludo como "hola". Si en Japón utilizáis "¡Yaa!" como vuestro "hola" de España, creo que nos daréis una impresión muy arrogante, especialmente, dependiendo de la situación, el contexto y vuestro interlocutor.

Me gusta el saludo "hola". Lo puedo utilizar con cualquier persona y en cualquier sitio. Cuando empiezo a hablar con una persona yo siempre comienzo la conversación con este saludo. Y ese "hola" seguramente sería la primera palabra que aprendí. Y lo siguiente que aprendí fue "¿cómo estás?" y "¿qué tal estás?". Creo que son los saludos más importantes para utilizar normalmente cuando veo a la gente que ya conozco. También aprendí a responder: "Bien, gracias. ¿Y tú?". No suponía ningún problema, por lo menos, en la academia así me enseñaron a usarlo con naturalidad.

Sin embargo, en el mundo verdadero, a veces, me ocurre algo que me sorprende. En muchas ocasiones, me encontraba con que la gente me saludaba con un : "Hola, ¿qué pasa?" ¿¿¿"Qué pasa"??? ¿Esto qué es? En la academia nunca me han enseñado el saludo "¿qué pasa?". He aprendido "¿qué tal?", así que puedo contestar "bien, ¿y tú?". Pero no puedo contestar si me dicen así "¿qué pasa?". ¡Oh, por Dios!

Antes, cuando alguién me saludaba con "¿qué pasa?", me extrañaba con los ojos desorbitados de pura estupefacción. Más adelante, decía: "No pasa nada." Pero no estaba segura de que fuera correcto utilizarlo como respuesta. Y al final, me comportaba como si no escuchara nada, pero me sentía mal. Últimamente, decía "¿qué tal?" aunque me dijeran "¿qué pasa?". Sin embargo, me pregunto si será correcto. Así que ahora digo: "Estoy bien", aunque no me sienta nada cómoda contestando así a ese "¿qué pasa?".

Bueno, llevo ya casi cuatro años viviendo en España. Pero todavía sigo sufriendo tal cosa. El saludo es algo muy básico, pero todavía me asaltan las dudas. Oh, por favor. Espero que me saluden de una manera exactamente igual a la que aprendí en la academia. Esos saludos que no he aprendido en la escuela me gustan tanto como cocinar, es decir, nada.


El almuerzo de hoy 19 de abril de 2010:
Aperitivo de tomate con un toque de pimienta negra, sal, ajo, perejil y aceite de oliva.
Arroz frito con beicon, repollo, pimiento verde, cebolla y huevo.
Crepé de nata con kiwi y fresa para el postre.
Elaborado entre fogones por Macarena.

domingo, 18 de abril de 2010

El bienestar del sábado a medianoche

Yo soy ama de casa a jornada completa. Así que no disfruto de los derechos reconocidos a los empleados, no tengo ningún día de descanso, tampoco cobro ni un céntimo como sueldo, aunque todos los días me dedico a hacer las tareas domésticas. Incluso dedico varias horas al día a preparar la comida, aunque no me gusta cocinar.

De todos modos, aunque sea fin de semana, no es mi día de descanso, pero me gusta mucho el sábado a medianoche. La tranquilidad de que mañana sea domingo me hace sentirme muy relajada.

Bueno, aunque hago muchas faenas domésticas como diligente ama de casa que soy, incluso aún en domingo, una ama de casa también necesita relajarse y tiene derecho a hacerlo. En casa, paso el tiempo de la medianoche haciendo lo que quiero, bebiendo mi querida cerveza con las palomitas acompañantes. ¡¡¡Qué momento más lujoso!!!

Generalmente, mi sábado es un día de "guerra", es decir, como el domingo no están abiertos los supermercados, desde la mañana hasta la noche estoy muy ocupada preparándome para encarar el fin de semana y sobrevivir sin ningún problema.

Compruebo desde las existencias de comida hasta el papel higiénico. Si hace falta algo, confecciono la lista de la compra para aprovisionarme el próximo lunes. También me ocupo de hacer la colada, limpiar la casa y hacer mi pan casero para el desayuno. El sábado trabajo sin parar desde que me despierto. ¡Por favor! ¿No infrinjo el estatuto de los trabajadores?

Así que después de tanto trabajo, el sábado me gusta acostarme tarde después de pasar un buen rato relajadamente. Manifiesto el agradecimiento hacia mí misma por mi trabajo eficiente y me recompenso con una cerveza bien fría.

Sin embargo, es evidente que si me acuesto tarde, no puedo levantarme temprano el domingo por la mañana. Ese es un problema muy problemático. Es que un ama de casa tiene su trabajo aún el domingo, además, el día se hace muy corto cuando me levanto muy tarde. Así que las tareas de casa que no puedo hacer por la mañana, tengo que hacerlas todas por la tarde, o sea, al final, el domingo no puedo pasarlo como el día de descanso que Dios manda. ¡Oh, Dios mío, perdóname este pecado!

Así que como ama de casa, el sábado siempre estoy dudando qué elegir, si acostarme tarde para pasar un momento relajada o si acostarme temprano para pasar el día siguiente tranquilamente. ¡Ah, que ingrata es la vida de una hacendosa ama de casa!


El almuerzo de hoy 18 de abril de 2010:
Curry a la japonesa con carne de ternera picada, garbanzos, zanahoria, berenjena, calabacín, cebolla y arroz en blanco.
Ensalada de lechuga, remolacha, cebolla y maíz.
Elaborado entre fogones por Macarena.

sábado, 17 de abril de 2010

Un enorme interés

Al principio, cuando llegué a España y empecé a vivir aquí, me ponía muy nerviosa cada vez que iba al supermercado. La razón era bien sencilla, en España, el tratamiento que se le da al cliente en caja en totalmente diferente al acostumbrado en Japón.

A continuación voy a explicaros el sistema usado en mi país. Después de escoger los productos que vas a comprar, llevas tu cesta de la compra a la caja. En caso de que haya una cola, respetamos nuestro turno por riguroso orden de llegada, sin importar la cantidad de artículos que compramos, la prisa que llevamos o la edad que vamos acumulando.

Bueno, en cuanto te toca el turno, entregas tu cesta al cajero o a la cajera dejándole los productos que has elegido dentro de la cesta de la compra. Dicha persona saca, de uno en uno, todos los productos que haya dentro de la cesta y pasa el código de barras de cada producto por el lector de la máquina, y uno por uno, mete cada producto en otra cesta.

Después de pasar todos los códigos de barras, el cliente paga el importe total de la cuenta, bien en metálico, o bien con tarjeta. Entonces, como tus productos ya fueron pagados y están en una cesta nueva, puedes llevarlos en esa cesta a un sitio donde, con toda tranquilidad, los metes a tu conveniencia en bolsas de plástico para llevártelos a tu casa.

Lo que pasa es que el sitio donde metemos los productos que compramos y el sitio donde pagamos la cuenta son lugares diferentes. Así que podemos meter los artículos en la bolsa de plástico tranquilamente y a nuestro ritmo. Sin prisas, sin agobios y sin que el vendedor golpee nuestra compra porque se le acumula el trabajo.

Sin embargo, aquí en España, tengo que hacerlo todo a la vez. La primera diferencia es que tengo que sacar los productos que he elegido y colocarlos encima de la cinta trasportadora. La segunda diferencia es que tengo que meter los productos en la bolsa de plástico a toda prisa, es que el cajero o la cajera pasa el código a su ritmo, o sea, que aunque yo no consiga guardar los productos rápidamente, a ellos no les preocupa nada. La tercera diferencia es que tengo que pagar la cuenta aunque todavía no haya terminado de meter los productos dentro de las bolsas de plástico, es decir, no puedo concentrarme bien en ninguna de las dos obligaciones.

La última diferencia es que aunque todavía el sitio para meter las cosas en las bolsas de plástico esté lleno de lo que acabo de pagar, el cajero o la cajera empieza a pasar los productos del siguiente cliente, o sea, a veces los productos se mezclan, se atascan y se amontonan. Es decir, en ese momento, mi pánico es máximo.

Hay que colocar los productos en la cinta, embolsarlos, preparar el dinero, pagar, guardar el cambio y salir zumbando como si acabaras de atracar un banco. Tardé mucho tiempo en desarrollar la maña necesaria para llevar a cabo tantas acciones simultáneas en el supermercado.

Ahora, por fin, estoy acostumbrada, así que no me pongo tan nerviosa como antes en el supermercado. Cada vez que veía a los españoles cómo despachaban su trabajo con tanta desenvoltura, asentía con mi cabeza de pura admiración.

Últimamente, conservo la tranquilidad en la caja del supermercado, aunque todavía no me gusta cocinar. Así que llego a observar las compras de otra gente que está por delante de mi turno. Eso es muy curioso. Por ejemplo, si alguien compra productos que nunca he comprado. O bien, si alguien solamente compra una gran cantidad de yogur. Mi imaginación va aumentando. Estos indicios sobre la vida de los demás hacen que mi imaginación vuele.

Recuerdo un día en que una pareja joven iba por delante de mí. Como ya me sentía muy tranquila en la cola, observé las compras de la pareja. Ellos llevaban seis refrescos de naranja de dos litros, un paquete de patatas congeladas para freír de un kilo, dos paquetes de altramuces y arena para gato.

Fue un sábado, o sea, que al día siguiente el supermercado no estaría abierto. ¿Cómo podrían sobrevivir durante el fin de semana con una compra tal como esa? Ahora, la cola de la caja estimula mi curiosidad y me he vuelto una gran observadora.




El almuerzo de hoy de 17 de abril de 2010:
Aperitivo de remolacha con cebolla.
Sopa de tomate con pasta mariposa, zanahoria, apio, repollo y beicon.
Bizcocho con almendras para el desayuno y la merienda.
Elaborado entre fogones por Macarena.